Thursday, February 1, 2007

Un coche - Un viaje


Angel Cappa, ajeno al mundo del motor y las marcas, intenta superar el escollo de un pinchazo ante la complaciente mirada de su hija María. Un camionero, al final, se encargó de solucionar el inconveniente.

Angel Cappa
SEAT 127
COSTA MEDITERRANEA


Tal vez no sea oportuno confesar en este artículo que a mí los coches no me llaman la atención.

No sé de marcas y menos de motores. Además, no me gusta demasiado conducir, pero es necesario que lo diga porque así se comprenderá un poco mejor lo que les voy a contar de mi primer viaje en coche por España.

Resulta que al poco tiempo de conocernos, mi mujer y yo decidimos hacer un recorrido por la costa mediterránea. Ella tenía un Seat 127, un coche pequeñito aunque suficiente para los dos. No era lo que se dice muy nuevo y había que tratarlo con cuidado.

Empezó conduciendo ella. Yo estaba muy cómodo de acompañante, la verdad, pero llegó un momento en que me sentí realmente obligado a sustituirla.

Cuando pasé el primer coche que encontramos en la carretera y que -aunque parezca mentira- iba más lento que nosotros, noté que ella hizo un gesto contenido, como de asombro y malestar.

- ¿Pasa algo? -le pregunté.

- Es que con línea continua no hay que adelantar a nadie -me dijo amablemente.

Yo ni me había dado cuenta, pero no era cosa de alarmarla, así que busqué una excusa y seguimos viajando y conversando.

Era de noche -digo, por si sirve de atenuante- porque cuando repetí la maniobra veo, de pronto, que del coche que acababa de superar se encienden luces intermitentes por todas partes y nos hacen señas para que nos detengamos.

- ¿Qué pasa? -vuelvo a preguntar.

- Es la Guardia Civil -dice mi mujer, ya menos amablemente que la primera vez-. Has vuelto a adelantar con línea continua.

Pagamos la multa, lo que significó una merma considerable en nuestros haberes y continuamos. Yo estaba un poco preocupado porque mi plan de seducción se estaba complicando.

Después se pinchó una rueda. Intenté cambiarla, naturalmente, pero ella se dio cuenta de que no tenía ni idea de cómo se ponía el gato y esas cosas, así que nos resignamos a esperar.

Una hora después apareció un camión y nos solucionó el inconveniente. Para entonces era evidente que yo había perdido prestigio como conductor. Quise, al menos, mantenerme como un caballero y le propuse que durmiera un poco, que yo seguiría conduciendo.

- Bueno... sigue tú -me dijo dudando-, pero no creo que pueda dormir.

Poco después paramos a cargar gasolina. Me bajo del coche, le digo a mi mujer que abra el capó y hago lo que había visto que hacían casi todos los automovilistas expertos: saco la varilla del aceite para comprobar su nivel.

Pago la gasolina, el empleado vuelve a la oficina y yo me quedo con la varilla en la mano. ¿Cómo decía que no tenía ni idea de dónde volver a ponerla? Mi mujer, que me miraba, comprendió la situación.

Salió del coche, muy seria esta vez, puso la varilla en su lugar y me dijo cortante, sin admitir réplicas: "Sigo yo", y se puso al volante.

Aquel viaje fue inolvidable. Desde entonces estamos juntos y felices, pero yo sigo sospechando que no fueron mis cualidades de conductor las que finalmente la sedujeron. Algún día se lo preguntaré.

Extraído del suplemente Motor del diario El Mundo (España)

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