Sunday, February 18, 2007

El talento es sospechoso

Es como una regla implícita, como una orden grabada en el inconsciente colectivo, como una norma de seguridad, como si alguien lo hubiera dictado desde una montaña sagrada: no se puede poner a dos jugadores de talento juntos en una misma línea de equipo. Algo así como el primer mandamiento de la razón práctica.

Recuerdo que, en un curso para entrenadores, el profesor preguntó qué tipo de centrocampistas hacían falta en un 4-4-2. Comenzaba equivocándose el hombre porque partía del sistema y no de los jugadores, pero en fin, la cosa siguió y algunos contestaron lo que les pareció. El profesor escuchaba con una leve sonrisa de superioridad.
Al fin, y luego de saborear un rato en solitario el placer de la sabiduría, decidió compartirla. «Dos de recuperación, uno de ida y vuelta y otro para la creación», dijo, y se quedó mirándonos como quien acaba de revelar la verdad, con ojos de perdón.

En ese entonces se jugaba el Mundial '82 y Brasil nos estaba regalando a todos un fútbol inolvidable con un sistema que podríamos definir como el 4-4-2 del profesor. Los cuatro volantes eran Toninho Cerezo, Sócrates, Falçao y Zico. Ninguno de recuperación, ninguno de ida y vuelta o todos de ida y vuelta y todos exquisitamente creativos. «¿De esos cuatro a quiénes quitamos para hacer el equipo ideal?», le preguntó un atrevido.

No crean que el profesor del que hablo es el único. Casi todos cometemos el pecado del miedo. Es que los jugadores complementarios, los del esfuerzo, muy necesarios en todos los equipos, naturalmente, resultan más confiables que los talentosos. El talento siempre es sospechoso y no sólo en el fútbol. No inspira confianza.

Los futbolistas imaginativos, regateadores, los que prefieren el toque y tiran paredes son los que arriesgan, y el riesgo produce una sensación de inestabilidad no siempre aceptada. No hay otra forma de ejercer el talento que no sea arriesgando, sin riesgo es imposible jugar. Por eso cuando los entrenadores hacemos las alineaciones caemos en la tentación de sentar cabeza, de abandonar por un momento esos sueños raros de jugar bien y apostamos por la aparente seguridad del sudor.

El sábado por la noche dormimos totalmente equivocados, pero más tranquilos pensando que aquéllos que corren mucho nos salvarán la ropa. Muchas veces el público también piensa de esa manera y le perdona más errores a los jugadores esforzados aunque torpes que a los técnicos.

Cuando alguien falla un pase por tres metros después de una carrera de cuarenta metros, recibe una ovación de la grada, pero si el talentoso tira un caño y lo falla le grita la gente, el entrenador, sus compañeros y hasta el quiosquero el lunes cuando va a comprar los diarios.

De ahí que casi nunca jueguen dos talentosos juntos en la misma línea, pero sí dos sudorosos.

Extraído del diario El Mundo (España) - 30 de septiembre de 1996

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