Atacar por las alas, defender en bloque, achicar espacios, presionar, manejar los tiempos, distraer por un lado para definir por el otro, y tantos otros términos que estamos acostumbrados a utilizar cuando hablamos de fútbol.
Sin embargo también se pueden emplear en un regimiento, en el rugby, en el fútbol americano y hasta en baloncesto, ahora que muchos equipos tiran pelotazos para ir a buscar el rebote. No es que quiera negar la táctica, admito su importancia.
De algún modo es la manera que tiene este juego de jugarse. Son los movimientos que es preciso organizar por tratarse de un juego colectivo, donde intervienen once jugadores. Para que haya una cierta armonía cuando se defiende y cuando se ataca.
Hasta ahí no hay discusión posible. Pero si damos preferencia al conocimiento táctico sobre lo esencial, corremos el peligro de no saber nada de fútbol. De un entrenador tacticista escuché una vez una crítica que me pareció muy acertada: es un gran entrenador... que no sabe nada de fútbol, dijeron de él. Sabía de tácticas. Preparaba tácticas, no jugadores. Y lo esencial en el fútbol son los jugadores.
Otros se empeñan en los sistemas. Son fanáticos de sus sistemas. «Yo juego con un 4-1-4-1», dicen por ejemplo y hasta son capaces de despreciar a un buen futbolista porque no encaja en «su» sistema. Es cierto que no podemos salir al campo a jugar de cualquier manera, sin un orden previo.
Lo que sucede es que tanto el sistema como la táctica o el orden o como prefieran llamarlo, son sólo puntos de partida. Bastan unos pocos entrenamientos y algunas charlas para ponernos de acuerdo sobre cómo nos vamos a organizar, qué haremos para defender y qué cuando tengamos la pelota.
Yo y casi todo el mundo conocemos entrenadores que no decían palabra alguna a sus jugadores pero que acertaban cuando elegían a los mejores en cada puesto. Después los animaban: «¡Vamos, eh!» y jugaban bien y hasta ganaban campeonatos. El oficio de los jugadores hacía el resto. Lo fundamental lo había hecho ese entrenador mudo: había puesto a los mejores en sus puestos y les había dado libertad para jugar, les había cedido el protagonismo.
Está bien, lo reconozco, no hay por qué llegar a ese extremo. Permítanme agregar no obstante, que así como se aprende a vivir viviendo, un equipo funciona funcionando. Lo cierto es que saber de fútbol, ante todo, sobre todo, es saber de jugadores de fútbol. No sólo distinguir a los buenos de los malos y a los mejores de los buenos, sino entenderlos, definirlos.
Si a Suker le pido continuidad, participación, me equivoco porque Suker es de apariciones, si a Onésimo le digo que no regatee, me equivoco porque Onésimo es regate, si a Giovanni le exijo que no haga florituras me equivoco porque Giovanni encuentra el fútbol y la eficacia en las rabonas, los tacos y los caños.
En fin, que de tanto hablar de tácticas, de sistemas, de disciplina, de resultados, nos olvidamos de lo principal que es (de momento) el futbolista. El fútbol es improvisación coherente, el buen fútbol quiero decir. Si atendemos mejor a los improvisadores ganaremos coherencia inclusive.
Extraído del diario El Mundo (España) - 7 de octubre de 1996
Sin embargo también se pueden emplear en un regimiento, en el rugby, en el fútbol americano y hasta en baloncesto, ahora que muchos equipos tiran pelotazos para ir a buscar el rebote. No es que quiera negar la táctica, admito su importancia.
De algún modo es la manera que tiene este juego de jugarse. Son los movimientos que es preciso organizar por tratarse de un juego colectivo, donde intervienen once jugadores. Para que haya una cierta armonía cuando se defiende y cuando se ataca.
Hasta ahí no hay discusión posible. Pero si damos preferencia al conocimiento táctico sobre lo esencial, corremos el peligro de no saber nada de fútbol. De un entrenador tacticista escuché una vez una crítica que me pareció muy acertada: es un gran entrenador... que no sabe nada de fútbol, dijeron de él. Sabía de tácticas. Preparaba tácticas, no jugadores. Y lo esencial en el fútbol son los jugadores.
Otros se empeñan en los sistemas. Son fanáticos de sus sistemas. «Yo juego con un 4-1-4-1», dicen por ejemplo y hasta son capaces de despreciar a un buen futbolista porque no encaja en «su» sistema. Es cierto que no podemos salir al campo a jugar de cualquier manera, sin un orden previo.
Lo que sucede es que tanto el sistema como la táctica o el orden o como prefieran llamarlo, son sólo puntos de partida. Bastan unos pocos entrenamientos y algunas charlas para ponernos de acuerdo sobre cómo nos vamos a organizar, qué haremos para defender y qué cuando tengamos la pelota.
Yo y casi todo el mundo conocemos entrenadores que no decían palabra alguna a sus jugadores pero que acertaban cuando elegían a los mejores en cada puesto. Después los animaban: «¡Vamos, eh!» y jugaban bien y hasta ganaban campeonatos. El oficio de los jugadores hacía el resto. Lo fundamental lo había hecho ese entrenador mudo: había puesto a los mejores en sus puestos y les había dado libertad para jugar, les había cedido el protagonismo.
Está bien, lo reconozco, no hay por qué llegar a ese extremo. Permítanme agregar no obstante, que así como se aprende a vivir viviendo, un equipo funciona funcionando. Lo cierto es que saber de fútbol, ante todo, sobre todo, es saber de jugadores de fútbol. No sólo distinguir a los buenos de los malos y a los mejores de los buenos, sino entenderlos, definirlos.
Si a Suker le pido continuidad, participación, me equivoco porque Suker es de apariciones, si a Onésimo le digo que no regatee, me equivoco porque Onésimo es regate, si a Giovanni le exijo que no haga florituras me equivoco porque Giovanni encuentra el fútbol y la eficacia en las rabonas, los tacos y los caños.
En fin, que de tanto hablar de tácticas, de sistemas, de disciplina, de resultados, nos olvidamos de lo principal que es (de momento) el futbolista. El fútbol es improvisación coherente, el buen fútbol quiero decir. Si atendemos mejor a los improvisadores ganaremos coherencia inclusive.
Extraído del diario El Mundo (España) - 7 de octubre de 1996
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