Sunday, February 18, 2007

Fútbol de mercado

El mercado ha conseguido atrapar el fútbol y enredarlo en sus tentaciones de prosperidad, para finalmente someterlo a sus leyes de compra-venta donde la ética no encuentra lugar a no ser en los beneficios que justifican todos los medios. Las leyes del mercado las impone el más fuerte y una de sus normas dice que el que paga más tiene razón.

Las reglas del fútbol aceptadas y compartidas desde siempre por todos los que estamos en esto, son cuestionadas a cada momento y sólo respetadas en tanto no perjudiquen los intereses de algún poderoso, que, entonces, rompe la baraja.

Como para el mercado sólo vale el que gana, que es el que vende, hay que ganar como sea y los medios son todos válidos si se consigue el objetivo. Especialmente los ilícitos, aquéllos que atropellan cualquier reparo ético. Ocurre fuera del campo, pero también, poco a poco, se va introduciendo en el terreno de juego donde el respeto al rival se va convirtiendo en un rasgo de debilidad. El más pícaro, más vivo, más rápido como en el oeste, el más fuerte, saca o quiere sacar ventajas, porque, a veces, todavía no puede. Pero es ahí, en ese terreno y con esos valores donde se establece la competencia. Igualito que en el resto de las actividades del mercado que todos nos acostumbramos a llamar libre cuando en realidad la libertad es sólo para los poderosos que lo dominan absolutamente.

En los medios de comunicación el contenido del juego ha dejado de ser noticia, de ser importante.

Se escucha y lee muy poco de fútbol. Casi todo consiste en declaraciones agresivas, insultos, amenazas cruzadas y hasta agresiones físicas. Hay que demostrar a cada momento quién es el más fuerte, porque aquí hay que ganar como sea.

La palabra trampa tiene un significado ambiguo: si gana es picardía, inteligencia práctica. Si pierde se la cuestiona por torpe, por tonta, más que por trampa.

Este es el entorno de un fútbol cada día más enfermo de mercado. En este entorno casi sórdido, los compromisos y hasta los contratos tienen un valor relativo.

Un jugador ficha por un club para los próximos 8 o 10 años, pero a los dos meses, acribillado de ofertas, reclama la revisión de las cláusulas económicas. Los contratos de los entrenadores son, en realidad, hasta el próximo domingo, si es que ganamos éste. El único plazo es la victoria.

En este entorno de confusión, inestabilidad, histeria colectiva y ausencia de ética se juegan los partidos de la que nos empeñamos en llamar la Liga de las Estrellas. ¿Se puede hablar de buen juego, de proyectos, de paciencia y de prudencia para armar buenos equipos? ¿Se les puede pedir a los jugadores, entrenadores y público, que disfruten del juego, inventado justamente para disfrutar?

¿Se puede pedir grandeza, o hay que conformarse con un fútbol miserable, que es producto de las miserias del entorno?

Si pensamos que para esta chatura del ganar como sea, se han invertido millones de dólares, miles de millones de pesetas, nos encontramos con la contradicción más cara y más estúpida de la historia del fútbol. La más maquillada de grandiosidad, además, en defensa de los intereses en juego.

Las leyes del mercado, que dominan al fútbol moderno, digámoslo para aquéllos que aún guardan una pizca de inocencia, son antidemocráticas, despiadadas, injustas y sólo se puede aspirar, acatándolas, a sobrevivir. Sin ética, por supuesto.

Extraído del diario El Mundo (España) - 31 de marzo de 1997

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