Sunday, February 18, 2007

Para querer a Maradona


Ninguno de nosotros sabe lo que significa ser una celebridad. Ni siquiera sospechamos lo que puede sentir un hombre eternamente rodeado de micrófonos, flashes y luces de televisión, y no poder pasear tranquilo por la calle ni en la más remota ciudad del mundo. Estar mirado siempre, en todo lugar y en todo momento. Hacer como nadie lo que todos quisieran hacer. Ser un ídolo auténtico de todo un pueblo que tiene en el fútbol casi su único motivo de orgullo.

Pero todos nos atrevemos a juzgarlo. No es un buen ejemplo, decimos, ocultando con inusitado egoísmo la interminable serie de momentos felices que nos regaló y todavía nos regala cuando juega al fútbol. No es un buen ejemplo, como si además, tuviera la obligación de ser ejemplo de alguien, como si nosotros lo fuéramos, como si no fuera él una víctima de una sociedad estúpida que divide a los hombres en exitosos o fracasados.

Como si no se hubiera estrellado tantas veces con el vacío inconcebible del triunfo. Como si no fuera Maradona. «Si vos te morís, Diego, nos morimos todos. Este país no existe sin vos», le decía hace muy poco un hincha del Boca, públicamente, en un programa de televisión. Maradona es nada menos que la ilusión, la única ilusión que le queda a tanta gente humillada de Argentina, que reivindica un modo de ser cuando él fabrica un arte fugaz y hermoso con una pelota. Maradona, sin embargo, está solo con su drama y grita a su manera, para que entre todos lo agarremos de la mano. Confiesa su adicción y sólo le ofrecen un escenario, mientras se frotan las manos pensando en el dinero que produce. Y él se aferra a lo que realmente lo hace feliz: jugar al fútbol, porque mientras juega al fútbol, Diego Maradona encuentra lo que busca tan desesperadamente fuera de la cancha.

Lo único que podemos hacer es quererlo, como lo quiere su gente, la más humilde, la que sufre como él las injusticias de una sociedad despiadada con los últimos, los perdedores. Quererlo sin reparos, al menos de agradecido. Sin juzgarlo, acompañándolo para ayudarlo. Dejemos por una vez de ser hipócritas. Ahora seguramente los mismos que le pusieron el escenario para que vuelva a generar dinero, lo sancionarán ejemplarmente, lo hundirán un poco más y dirán que no es un buen ejemplo.

Pensemos, un momento aunque sea, con sinceridad, en quiénes son los verdaderos culpables, los malos ejemplos. Recuperate Diego, sabés qué lindo es saber que el domingo vas a volver a jugar.

Extraído del diario El Mundo (España) - 30 de agosto de 1997

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