Cuando se quiere justificar la propuesta mediocre y temerosa de casi todo el fútbol que se ofrece en casi todo el mundo, se recurre a un concepto que, aunque gastado por las sucesivas épocas, sigue siendo aceptado como un hecho indiscutible: el romanticismo de otros tiempos ha muerto, se dice desde hace por lo menos 50 años. Ahora hay que jugar así, quieren decir. Como si hubiera existido alguna época en el fútbol profesional o amateur donde se haya jugado prescindiendo del resultado y de la tensión que ello implica.
Me acuerdo de que, cuando éramos niños y jugábamos en mi barrio, las porterías las hacíamos con los jerséis, camisetas o piedras y si cada gol se prestaba a una discusión más o menos eterna, el último, el que definía el partido, tenía que pasar por el medio de la portería y a ras del suelo para darlo por válido. En los barrio contra barrio, los perdedores siempre despedían a los ganadores a piedrazos, como para vengar la ofensa de la derrota, para calmar un poco la rabia de no haber podido ganar. Lo cuento porque estoy seguro de que lo mismo ocurría en cualquier barrio del mundo.
Desde siempre se juega para ganar. Y estoy diciendo una perogrullada de las más gruesas. Pregunto ¿en qué juego no se juega para ganar? Vuelvo a preguntar, ¿acaso Di Stéfano era un romántico? Y antes de Di Stéfano, Muñoz, Molowny, Zarra, Ramallets, ¿jugaban sin importarles el resultado? Entonces, ¿de qué época hablan cuando dicen que ha muerto el romanticismo?
El fútbol necesita muchas cosas y entre las más urgentes, reflexiones adultas. Ya que nos metieron hasta el cuello en el fútbol-empresa, en el fútbol de mercado, seamos serios al menos para pensar. El romanticismo en el fútbol, tal cual se entiende ese concepto, jamás existió. Hay momentos en la historia donde se juega mejor y otros peor, pero nunca de manera romántica.
El buen fútbol es ganador y por lo tanto práctico. Se juega mal porque creemos que así tenemos más posibilidades de no perder ya que evitamos riesgos e ignoramos que no hay manera de evitarlos. Ni aun ocupándonos de la mitad del juego, de defender solamente, podemos garantizar algo. Como nos dedicamos cada vez más a las tácticas lo hacemos cada vez menos de los jugadores, a los que les hemos perdido totalmente la confianza. Porque tenemos cada vez más miedo a perder y somos conscientes de la inmediatez en la que vivimos, nos vamos alejando del buen juego y repetimos tópicos absolutamente falsos, como este del romanticismo, que nos permite ocultar lo poco que, en definitiva, queremos al fútbol y lo poco que nos gusta jugar.
Extraído del diario El Mundo (España) - 1° de septiembre de 1997
Me acuerdo de que, cuando éramos niños y jugábamos en mi barrio, las porterías las hacíamos con los jerséis, camisetas o piedras y si cada gol se prestaba a una discusión más o menos eterna, el último, el que definía el partido, tenía que pasar por el medio de la portería y a ras del suelo para darlo por válido. En los barrio contra barrio, los perdedores siempre despedían a los ganadores a piedrazos, como para vengar la ofensa de la derrota, para calmar un poco la rabia de no haber podido ganar. Lo cuento porque estoy seguro de que lo mismo ocurría en cualquier barrio del mundo.
Desde siempre se juega para ganar. Y estoy diciendo una perogrullada de las más gruesas. Pregunto ¿en qué juego no se juega para ganar? Vuelvo a preguntar, ¿acaso Di Stéfano era un romántico? Y antes de Di Stéfano, Muñoz, Molowny, Zarra, Ramallets, ¿jugaban sin importarles el resultado? Entonces, ¿de qué época hablan cuando dicen que ha muerto el romanticismo?
El fútbol necesita muchas cosas y entre las más urgentes, reflexiones adultas. Ya que nos metieron hasta el cuello en el fútbol-empresa, en el fútbol de mercado, seamos serios al menos para pensar. El romanticismo en el fútbol, tal cual se entiende ese concepto, jamás existió. Hay momentos en la historia donde se juega mejor y otros peor, pero nunca de manera romántica.
El buen fútbol es ganador y por lo tanto práctico. Se juega mal porque creemos que así tenemos más posibilidades de no perder ya que evitamos riesgos e ignoramos que no hay manera de evitarlos. Ni aun ocupándonos de la mitad del juego, de defender solamente, podemos garantizar algo. Como nos dedicamos cada vez más a las tácticas lo hacemos cada vez menos de los jugadores, a los que les hemos perdido totalmente la confianza. Porque tenemos cada vez más miedo a perder y somos conscientes de la inmediatez en la que vivimos, nos vamos alejando del buen juego y repetimos tópicos absolutamente falsos, como este del romanticismo, que nos permite ocultar lo poco que, en definitiva, queremos al fútbol y lo poco que nos gusta jugar.
Extraído del diario El Mundo (España) - 1° de septiembre de 1997
No comments:
Post a Comment