Barza y Madrid se pusieron a jugar como en el barrio y nos regalaron un partidazo
No es frecuente, pero a veces ocurre. Los jugadores rompen las ataduras tácticas, se liberan de presiones psicológicas y juegan. Se animan a jugar. Se buscan, tiran paredes, no les importa gambetear en zonas peligrosas, y van hacia el arco contrario como un imperativo impostergable. Y cuando eso sucede y hay grandes jugadores en la cancha, sale un partido formidable, lleno de emoción, vibrante, entretenido y con decenas de jugadas para el recuerdo. Cuando los jugadores juegan, el fútbol recobra su grandeza y nos sentimos muy cerca de algo parecido a la felicidad.
El Barcelona y el Madrid rompieron todos los pronósticos y, de paso, todos los tópicos acerca de los clásicos. Se suele decir y aceptar que los clásicos son partidos trabados, duros y tácticos, donde el gol, si llega, lo hace sin estar invitado. Este fue diferente. Los jugadores se quitaron los trajes de profesionales y se pusieron la ropa amateur para jugar como en el barrio. Y entonces aparecieron Iniesta y Xavi tocando y buscando socios en todas partes, y Guti del otro lado festejando su partido 300 en el Madrid, interpretando todo su repertorio de pases y toques elegantes, y Ronaldinho abandonando su carril para ir a buscar aventuras al lado de Messi, y Van Nistelrooy e Higuaín abrieron la cancha inteligentemente, y Messi inventó en cada caso una gambeta distinta y un gol memorable. Hasta los arqueros pusieron manos salvadoras y ahogaron el grito de gol.
En fin, como si se hubieran puesto de acuerdo para, por una vez, hacer lo que todos deseamos que hagan. Decía Antonio Machado que a él se le olvidaba casi todo y que solo le quedaba la emoción de las cosas. A mí también, y por eso hablé, sobre todo, de la emoción que dejó el partido. Pero detrás de la emoción hubo algunos detalles. Tácticamente el Barza dio la enorme ventaja de jugar con tres en el fondo, un sistema que requiere de hábitos que no ajustó todavía. Por ejemplo, la presencia permanente de volantes laterales que ayuden a cubrir espacios en las bandas, y que el volante central se meta en el fondo cuando el rival ataca por afuera. Que los tres del fondo achiquen cuando su equipo tiene la pelota adelante.
El Madrid, cuando iba en ventaja en el marcador, retrocedía y cedía terreno en lugar de rematar el partido. Tampoco defendió bien, porque no se escalonaron en el fondo y nadie ejerció de volante tapón. Pero quién se acuerda hoy de esos detalles tácticos. Quién no está recordando las gambetas de Messi, los goles, las notables atajadas, los toques, las paredes que tiraron. Fue un gran partido de fútbol y hay que disfrutarlo. No sabemos cuándo se puede volver a repetir...
Ángel Cappa en el diario El Comercio (Perú) - 12 de marzo de 2007
No es frecuente, pero a veces ocurre. Los jugadores rompen las ataduras tácticas, se liberan de presiones psicológicas y juegan. Se animan a jugar. Se buscan, tiran paredes, no les importa gambetear en zonas peligrosas, y van hacia el arco contrario como un imperativo impostergable. Y cuando eso sucede y hay grandes jugadores en la cancha, sale un partido formidable, lleno de emoción, vibrante, entretenido y con decenas de jugadas para el recuerdo. Cuando los jugadores juegan, el fútbol recobra su grandeza y nos sentimos muy cerca de algo parecido a la felicidad.
El Barcelona y el Madrid rompieron todos los pronósticos y, de paso, todos los tópicos acerca de los clásicos. Se suele decir y aceptar que los clásicos son partidos trabados, duros y tácticos, donde el gol, si llega, lo hace sin estar invitado. Este fue diferente. Los jugadores se quitaron los trajes de profesionales y se pusieron la ropa amateur para jugar como en el barrio. Y entonces aparecieron Iniesta y Xavi tocando y buscando socios en todas partes, y Guti del otro lado festejando su partido 300 en el Madrid, interpretando todo su repertorio de pases y toques elegantes, y Ronaldinho abandonando su carril para ir a buscar aventuras al lado de Messi, y Van Nistelrooy e Higuaín abrieron la cancha inteligentemente, y Messi inventó en cada caso una gambeta distinta y un gol memorable. Hasta los arqueros pusieron manos salvadoras y ahogaron el grito de gol.
En fin, como si se hubieran puesto de acuerdo para, por una vez, hacer lo que todos deseamos que hagan. Decía Antonio Machado que a él se le olvidaba casi todo y que solo le quedaba la emoción de las cosas. A mí también, y por eso hablé, sobre todo, de la emoción que dejó el partido. Pero detrás de la emoción hubo algunos detalles. Tácticamente el Barza dio la enorme ventaja de jugar con tres en el fondo, un sistema que requiere de hábitos que no ajustó todavía. Por ejemplo, la presencia permanente de volantes laterales que ayuden a cubrir espacios en las bandas, y que el volante central se meta en el fondo cuando el rival ataca por afuera. Que los tres del fondo achiquen cuando su equipo tiene la pelota adelante.
El Madrid, cuando iba en ventaja en el marcador, retrocedía y cedía terreno en lugar de rematar el partido. Tampoco defendió bien, porque no se escalonaron en el fondo y nadie ejerció de volante tapón. Pero quién se acuerda hoy de esos detalles tácticos. Quién no está recordando las gambetas de Messi, los goles, las notables atajadas, los toques, las paredes que tiraron. Fue un gran partido de fútbol y hay que disfrutarlo. No sabemos cuándo se puede volver a repetir...
Ángel Cappa en el diario El Comercio (Perú) - 12 de marzo de 2007
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