"Y el aburrimiento es el que gana en esos encuentros en los que el miedo a perder lleva a reducir riesgos, a desterrar la inspiración liberada de los esquemas preestablecidos por los entrenadores. En suma, a obedecer". Si a usted le parece que este comentario pertenece a muchos de los partidos de fútbol que vemos habitualmente, se equivoca. Corresponde al rugby y es parte de un artículo ("Rugby Circus") que escribió Alain Garrigou, profesor de Ciencia Política de la Universidad de París-Nanterre, y que publica "Le Monde Diplomatique".
Garrigou habla de las consecuencias perjudiciales de la lógica del dinero aplicada al deporte, y en particular al rugby. "La influencia de la economía en el juego es tan estrecha --dice-- que las reglas del rugby se han modificado para hacer los partidos más legibles (más telegénicos) y por ende, más accesibles a los profanos". Es la misma respuesta que me dio un realizador de televisión, aquí en España, cuando le pregunté por el motivo de hacer de un partido de fútbol un espectáculo de gestos atléticos, primeros planos de sudor y músculos, repeticiones incesantes de jugadas intrascendentes y caras famosas de los palcos y plateas. "Para tener más audiencia", me confesó sin rubor. Más clientes, diría yo, para los anunciantes. Es decir, el criterio comercial es el que define todo.
El negocio exige permanentemente el más alto rendimiento y la preparación de los jugadores (de fútbol, de rugby y de lo que sea) está más destinada a lo físico que a lo técnico, a lo táctico que a incentivar la creatividad.
El resultado es que, salvo excepciones, se juega peor y se corre cada vez más. Por otra parte, nunca como ahora el uso de estimulantes prohibidos, el dopaje en una palabra, ha estado tan bajo sospecha. Nunca como ahora se han jugado tantas competencias, tantos partidos, con la presencia permanente de la televisión.
Nunca como ahora el negocio ha recogido tantos beneficios económicos. Las preguntas son: ¿Cómo hacemos para evitarlo? ¿Cómo encontramos un equilibrio donde el criterio deportivo sea el predominante? ¿Cómo recuperamos el placer de jugar y la libertad de hacerlo? ¿Cómo mantener la ilusión sin parecer estúpido?
Ángel Cappa para El Comercio (Perú) - 12 de noviembre de 2007
Garrigou habla de las consecuencias perjudiciales de la lógica del dinero aplicada al deporte, y en particular al rugby. "La influencia de la economía en el juego es tan estrecha --dice-- que las reglas del rugby se han modificado para hacer los partidos más legibles (más telegénicos) y por ende, más accesibles a los profanos". Es la misma respuesta que me dio un realizador de televisión, aquí en España, cuando le pregunté por el motivo de hacer de un partido de fútbol un espectáculo de gestos atléticos, primeros planos de sudor y músculos, repeticiones incesantes de jugadas intrascendentes y caras famosas de los palcos y plateas. "Para tener más audiencia", me confesó sin rubor. Más clientes, diría yo, para los anunciantes. Es decir, el criterio comercial es el que define todo.
El negocio exige permanentemente el más alto rendimiento y la preparación de los jugadores (de fútbol, de rugby y de lo que sea) está más destinada a lo físico que a lo técnico, a lo táctico que a incentivar la creatividad.
El resultado es que, salvo excepciones, se juega peor y se corre cada vez más. Por otra parte, nunca como ahora el uso de estimulantes prohibidos, el dopaje en una palabra, ha estado tan bajo sospecha. Nunca como ahora se han jugado tantas competencias, tantos partidos, con la presencia permanente de la televisión.
Nunca como ahora el negocio ha recogido tantos beneficios económicos. Las preguntas son: ¿Cómo hacemos para evitarlo? ¿Cómo encontramos un equilibrio donde el criterio deportivo sea el predominante? ¿Cómo recuperamos el placer de jugar y la libertad de hacerlo? ¿Cómo mantener la ilusión sin parecer estúpido?
Ángel Cappa para El Comercio (Perú) - 12 de noviembre de 2007
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