De las muchas discusiones caprichosas y vacías que genera el fútbol, la que más se repite históricamente es la que plantea la disyuntiva entre jugar bien o ganar. Y es inútil apelar a solidos argumentos o recurrir a datos irrefutables para demostrar que se trata de una cosa y la otra al mismo tiempo. No obstante de vez en cuando aparece algún equipo que junta la belleza con la eficacia y entonces los contendientes hacen una pausa. Unos embelesados admirando su juego, y otros rendidos ante la evidencia. En este momento es el Arsenal el que nos convoca a una fiesta de los sentidos y la razón cada vez que juega. Claro que la emoción de los que sostienen cosas como "fútbol directo", "equipo práctico", "hay que luchar", "hay que sufrir" etc, es menor o en todo caso contenida y sólo admiten la realidad porque los resultados acompañan.¿Qué les habrá pasado para que hayan perdido la capacidad de disfrutar de lo que supuestamente alguna vez les gustó?.
El Arsenal empieza por asumir el riesgo que significa jugar. El miedo a perder hace que casi todo el mundo apueste por lo seguro y trate de evitar el riesgo, y por lo tanto el juego. La preparación del futbolista tendría que estar dirigida a asumir ese riesgo con las mayores garantías posibles, y no a evitarlo con infinitas prohibiciones. En el Arsenal todo el mundo se anima a jugar y considera el error como una posibilidad, no como una tragedia. Los jugadores disfrutan y nos hacen disfrutar. Cuando el Arsenal sale a la cancha lo hace dispuesto a respetar todos los conceptos básicos de este juego. A ser fiel a sus fundamentos, a honrar de ese modo a tantos grandes jugadores y equipos que nos dejaron esta hermosa herencia.
Los ángeles de Fábregas tocan y se mueven, tiran paredes, se juntan para no regalar espacios y achican hacia adelante para recuperar antes, y aunque tienen el gol entre ceja y ceja no se apresuran, quizá porque les gusta mucho la pelota o tal vez porque esperan el momento oportuno con la paciencia de los que saben que las prisas en fútbol sólo sirven para chocar. Y el gol, cuando llega, se parece tanto a una obra de arte que hasta Picasso podría firmarlo. Arsene Wenger, el creador de esta orquesta, además de ganar hace algo muy importante por todos nosotros: "defender la alegría, defenderla de la ajada miseria y de los miserables", como dice Mario Benedetti.
Ángel Cappa para Marca - 15 de noviembre de 2007
El Arsenal empieza por asumir el riesgo que significa jugar. El miedo a perder hace que casi todo el mundo apueste por lo seguro y trate de evitar el riesgo, y por lo tanto el juego. La preparación del futbolista tendría que estar dirigida a asumir ese riesgo con las mayores garantías posibles, y no a evitarlo con infinitas prohibiciones. En el Arsenal todo el mundo se anima a jugar y considera el error como una posibilidad, no como una tragedia. Los jugadores disfrutan y nos hacen disfrutar. Cuando el Arsenal sale a la cancha lo hace dispuesto a respetar todos los conceptos básicos de este juego. A ser fiel a sus fundamentos, a honrar de ese modo a tantos grandes jugadores y equipos que nos dejaron esta hermosa herencia.
Los ángeles de Fábregas tocan y se mueven, tiran paredes, se juntan para no regalar espacios y achican hacia adelante para recuperar antes, y aunque tienen el gol entre ceja y ceja no se apresuran, quizá porque les gusta mucho la pelota o tal vez porque esperan el momento oportuno con la paciencia de los que saben que las prisas en fútbol sólo sirven para chocar. Y el gol, cuando llega, se parece tanto a una obra de arte que hasta Picasso podría firmarlo. Arsene Wenger, el creador de esta orquesta, además de ganar hace algo muy importante por todos nosotros: "defender la alegría, defenderla de la ajada miseria y de los miserables", como dice Mario Benedetti.
Ángel Cappa para Marca - 15 de noviembre de 2007
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