Hay jugadores que se rebelan ante el carácter mercantil del fútbol moderno.
Desde que el negocio identificó al fútbol como un objetivo prioritario, los valores que sustentaban al juego se tambalearon. Poco a poco el criterio comercial fue ganando terreno al deporte y hoy impone su ley de mercado casi con total aceptación. Cuando alguien afirma que ganar es lo único importante, deja de lado sentimientos y valores que en otros tiempos le hacían vivir el fútbol desde la ilusión y la alegría.
Sin embargo, no todo está perdido. Aún aparecen jugadores que desobedecen las normas del sufrimiento como el recto camino hacia el éxito, y entonces saltan los tapones de la emoción y todo el mundo vibra al compás de su talento.
España, y en realidad toda Europa, hoy vive al ritmo de las gambetas endiabladas de Messi y la imaginación goleadora de Agüero, y se queda muda de asombro ante la inteligencia atrevida de Iniesta. La realidad es que estamos poco menos que obligados a asistir en silencio al triunfo de la eficacia programada, cuando ocurre, o casual (como el último campeonato logrado por el Real Madrid), aceptando la tristeza de un fútbol intencionalmente mediocre, como una fatalidad. Nos guardamos los sentimientos hasta una mejor oportunidad, pero nunca los enterramos; siempre están a flor de piel. Nos pasa a todos y también a los jugadores.
El otro día hablé con Raúl, el delantero del Real Madrid, en una charla que publicó el diario "Marca" de España. Decía él que el fútbol "es un juego que hay que disfrutar". Y más adelante agregaba: "hay que cambiar la mentalidad: hay que salir al campo a divertirse. Pero todos, jugadores, aficionados, todos". Por supuesto, yo comparto esa manera de pensar y me parece que, finalmente, es lo que casi todos pensamos y deseamos íntimamente.
El fútbol es una fiesta que el negocio ha convertido en un modo de ganar dinero rápido, y para eso creyó necesario invertir los valores. Está en todos nosotros: jugadores, entrenadores, periodistas, público, devolver al fútbol su verdadero sentido.
Ángel Cappa en el diario El Comercio (Perú) - 1° de octubre de 2007
Desde que el negocio identificó al fútbol como un objetivo prioritario, los valores que sustentaban al juego se tambalearon. Poco a poco el criterio comercial fue ganando terreno al deporte y hoy impone su ley de mercado casi con total aceptación. Cuando alguien afirma que ganar es lo único importante, deja de lado sentimientos y valores que en otros tiempos le hacían vivir el fútbol desde la ilusión y la alegría.
Sin embargo, no todo está perdido. Aún aparecen jugadores que desobedecen las normas del sufrimiento como el recto camino hacia el éxito, y entonces saltan los tapones de la emoción y todo el mundo vibra al compás de su talento.
España, y en realidad toda Europa, hoy vive al ritmo de las gambetas endiabladas de Messi y la imaginación goleadora de Agüero, y se queda muda de asombro ante la inteligencia atrevida de Iniesta. La realidad es que estamos poco menos que obligados a asistir en silencio al triunfo de la eficacia programada, cuando ocurre, o casual (como el último campeonato logrado por el Real Madrid), aceptando la tristeza de un fútbol intencionalmente mediocre, como una fatalidad. Nos guardamos los sentimientos hasta una mejor oportunidad, pero nunca los enterramos; siempre están a flor de piel. Nos pasa a todos y también a los jugadores.
El otro día hablé con Raúl, el delantero del Real Madrid, en una charla que publicó el diario "Marca" de España. Decía él que el fútbol "es un juego que hay que disfrutar". Y más adelante agregaba: "hay que cambiar la mentalidad: hay que salir al campo a divertirse. Pero todos, jugadores, aficionados, todos". Por supuesto, yo comparto esa manera de pensar y me parece que, finalmente, es lo que casi todos pensamos y deseamos íntimamente.
El fútbol es una fiesta que el negocio ha convertido en un modo de ganar dinero rápido, y para eso creyó necesario invertir los valores. Está en todos nosotros: jugadores, entrenadores, periodistas, público, devolver al fútbol su verdadero sentido.
Ángel Cappa en el diario El Comercio (Perú) - 1° de octubre de 2007
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