Así como Abramovich, muchos dirigentes terminan creyéndose técnicos de sus equipos.
En el barrio el único que jugaba por imperativo de la ley del más fuerte era el dueño de la pelota. Si no, no había partido. Él era diferente. Aparecía siempre bien equipado, camiseta flamante, botines lustrados, y una pelota impecable igual a la que usaban los profesionales. Nosotros, que hacíamos milagros para conseguir una cualquiera, caíamos en la tentación y lo incluíamos en el equipo aunque no supiera jugar.
Con el tiempo, el chico diferente se desvinculó del fútbol para atender sus negocios. Cuando llegó a la cúspide del éxito, se dio cuenta de que le faltaba algo que él consideraba esencial: popularidad. Como ya no podía jugar aunque llevara la pelota, se hizo dirigente. Empezó con modestia y generosidad, hasta que un buen día se despertó distinto. Mirándose al espejo se dio cuenta de que sabía de fútbol. Mientras desayunaba entendió la lógica de la metamorfosis: el fútbol es como la gripe, pensó, y se contagia.
Se había contagiado de tanto estar con entrenadores y jugadores y ahora él también se sentía con derecho a opinar. No creyó que sabía tanto como los demás, sino mucho más que todos y entonces decidió intervenir en cuestiones del juego que hasta no hace mucho le eran totalmente ajenas.
Y casi sin darse cuenta, de tanto echar entrenadores, un día se vio haciendo alineaciones e indicando los cambios necesarios en el equipo. Contrató técnicos dóciles aprovechando la abundante oferta y cumplió su sueño dorado: ser entrenador en la sombra, aunque con las debidas filtraciones para que los periodistas se enteren y el secreto se difunda a los cuatro vientos y su ego quede satisfecho.
Ahora firma autógrafos y es reconocido por la calle y hasta no le cobran en los restaurantes. El niño diferente que jugaba porque llevaba la pelota es un hombre completamente exitoso. Este personaje tiene decenas de nombres, pero si queremos le podemos poner el último: Abramovich, el dueño del Chelsea que después de echar a Mourinho y pagarle más de 30 millones de euros de indemnización sin pestañear, asumió directamente la dirección técnica del equipo, detrás de un supuesto entrenador. ¡Viva el fútbol!
Ángel Cappa en el diario El Comercio (Perú) - 8 de octubre de 2007
En el barrio el único que jugaba por imperativo de la ley del más fuerte era el dueño de la pelota. Si no, no había partido. Él era diferente. Aparecía siempre bien equipado, camiseta flamante, botines lustrados, y una pelota impecable igual a la que usaban los profesionales. Nosotros, que hacíamos milagros para conseguir una cualquiera, caíamos en la tentación y lo incluíamos en el equipo aunque no supiera jugar.
Con el tiempo, el chico diferente se desvinculó del fútbol para atender sus negocios. Cuando llegó a la cúspide del éxito, se dio cuenta de que le faltaba algo que él consideraba esencial: popularidad. Como ya no podía jugar aunque llevara la pelota, se hizo dirigente. Empezó con modestia y generosidad, hasta que un buen día se despertó distinto. Mirándose al espejo se dio cuenta de que sabía de fútbol. Mientras desayunaba entendió la lógica de la metamorfosis: el fútbol es como la gripe, pensó, y se contagia.
Se había contagiado de tanto estar con entrenadores y jugadores y ahora él también se sentía con derecho a opinar. No creyó que sabía tanto como los demás, sino mucho más que todos y entonces decidió intervenir en cuestiones del juego que hasta no hace mucho le eran totalmente ajenas.
Y casi sin darse cuenta, de tanto echar entrenadores, un día se vio haciendo alineaciones e indicando los cambios necesarios en el equipo. Contrató técnicos dóciles aprovechando la abundante oferta y cumplió su sueño dorado: ser entrenador en la sombra, aunque con las debidas filtraciones para que los periodistas se enteren y el secreto se difunda a los cuatro vientos y su ego quede satisfecho.
Ahora firma autógrafos y es reconocido por la calle y hasta no le cobran en los restaurantes. El niño diferente que jugaba porque llevaba la pelota es un hombre completamente exitoso. Este personaje tiene decenas de nombres, pero si queremos le podemos poner el último: Abramovich, el dueño del Chelsea que después de echar a Mourinho y pagarle más de 30 millones de euros de indemnización sin pestañear, asumió directamente la dirección técnica del equipo, detrás de un supuesto entrenador. ¡Viva el fútbol!
Ángel Cappa en el diario El Comercio (Perú) - 8 de octubre de 2007
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