La temporada pasada se anunció y en esta el edificio futbolístico del Barcelona se derrumbó estrepitosamente. La goleada que recibió en el Bernabéu por parte de su más íntimo enemigo lo dejó patas para arriba en un callejón sin salida. Y como ocurre en estos casos, la salida la encontraron despidiendo al entrenador.
De todos modos hay que decir también que después de cinco años dirigiendo un equipo de fútbol profesional, tal cual están las cosas, es difícil que alguien no sufra el desgaste de las relaciones que se produce. No es sencillo mantener el equilibrio entre la amistad y la autoridad, entre el compromiso y el egoísmo, sobre todo después de ganar reiteradamente. Hubo jugadores de este Barcelona que se quedaron conversando con las nubes en las alturas del éxito y comenzaron a deteriorar la unión y la fuerza del grupo.
También hubo abandono de los valores futbolísticos que hicieron de este equipo uno de los dos o tres que mejor jugaban en el mundo. Habían logrado la participación colectiva permanente para tener la pelota y para recuperarla y terminaban las jugadas con contundencia y fantasía. Poco a poco los delanteros dejaron de colaborar en la recuperación, los de atrás se refugiaron junto a su arquero y los del medio no daban abasto para subir y bajar sin ayudas. En definitiva se rompió el criterio colectivo.
Solo quedaba la inspiración individual que apenas sirvió para disimular los defectos serios de funcionamiento. Entonces sobrevino lo de siempre: la desbandada. Los jugadores más determinantes se borraron del esfuerzo colectivo, otros miraban para arriba desentendiéndose del grupo, y los menos hacían lo que podían pero resultaba insuficiente. El entrenador confió en la amistad que siempre brindó para volver al compromiso. Se quedó solo. Para colmo empezaron a decir de boca para afuera lo que los hinchas y los medios querían escuchar: hay que trabajar, hay que luchar, hay que sufrir, hay que ser prácticos. La cosa, indudablemente, iba por otro lado. Había que recuperar el toque, el placer de jugar, el buen fútbol y dirigir el esfuerzo hacia esos valores que eran los suyos.
El fin de un ciclo siempre es el comienzo de otro y el Barcelona tiene con qué: jugadores de gran nivel y un entrenador nuevo, Guardiola, con inteligencia, personalidad, gusto por el juego, inquietudes, y el estilo del club como bandera irrenunciable. Volverán, sin duda. El fútbol los está esperando.
Ángel Cappa para El Comercio (Perú) - 12 de mayo de 2008
De todos modos hay que decir también que después de cinco años dirigiendo un equipo de fútbol profesional, tal cual están las cosas, es difícil que alguien no sufra el desgaste de las relaciones que se produce. No es sencillo mantener el equilibrio entre la amistad y la autoridad, entre el compromiso y el egoísmo, sobre todo después de ganar reiteradamente. Hubo jugadores de este Barcelona que se quedaron conversando con las nubes en las alturas del éxito y comenzaron a deteriorar la unión y la fuerza del grupo.
También hubo abandono de los valores futbolísticos que hicieron de este equipo uno de los dos o tres que mejor jugaban en el mundo. Habían logrado la participación colectiva permanente para tener la pelota y para recuperarla y terminaban las jugadas con contundencia y fantasía. Poco a poco los delanteros dejaron de colaborar en la recuperación, los de atrás se refugiaron junto a su arquero y los del medio no daban abasto para subir y bajar sin ayudas. En definitiva se rompió el criterio colectivo.
Solo quedaba la inspiración individual que apenas sirvió para disimular los defectos serios de funcionamiento. Entonces sobrevino lo de siempre: la desbandada. Los jugadores más determinantes se borraron del esfuerzo colectivo, otros miraban para arriba desentendiéndose del grupo, y los menos hacían lo que podían pero resultaba insuficiente. El entrenador confió en la amistad que siempre brindó para volver al compromiso. Se quedó solo. Para colmo empezaron a decir de boca para afuera lo que los hinchas y los medios querían escuchar: hay que trabajar, hay que luchar, hay que sufrir, hay que ser prácticos. La cosa, indudablemente, iba por otro lado. Había que recuperar el toque, el placer de jugar, el buen fútbol y dirigir el esfuerzo hacia esos valores que eran los suyos.
El fin de un ciclo siempre es el comienzo de otro y el Barcelona tiene con qué: jugadores de gran nivel y un entrenador nuevo, Guardiola, con inteligencia, personalidad, gusto por el juego, inquietudes, y el estilo del club como bandera irrenunciable. Volverán, sin duda. El fútbol los está esperando.
Ángel Cappa para El Comercio (Perú) - 12 de mayo de 2008
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