Con la fuerza de un rinoceronte y la sutileza de una gacela, Ronaldo se cansó de hacer goles para la historia. Hábil, rápido, potente, imprevisible y astuto, atormentó a todos los defensores del mundo y apabulló a los arqueros con el último amague recién inventado.
Tenía la contundencia de Kempes cuando entraba al área con pelota dominada desparramando rivales con la decisión y la seguridad de un matador, y la magia de Romario cuando sacaba palomas de una galera antes de depositar la pelota en la red.
El día en que debutó en el Real Madrid, entró en el segundo tiempo y en menos de 10 minutos ya había hecho dos goles. En parte por sus méritos y también por errores inadmisibles de los defensores que lo marcaban, atemorizados por su presencia.
Intimidaba al más pintado porque no había manera de pararlo si estaba motivado, y como todos los goleadores, el olor de la red lo motivaba siempre. Posiblemente tenía un defecto, si así puede llamarse, no era el cabezazo su fuerte, pero también hay que decir que en todo caso compartía esa debilidad con casi todo los grandes, que solo usan la cabeza para pensar. De todos modos, nadie puede negar haberlo visto también hacer goles de cabeza.
Antes de la primera lesión seria en una de sus rodillas, arrancaba de atrás, y aparecía en la zona de definición como un ciclón talentoso gambeteando adversarios que ni lo veían pasar. Después, ya en el Madrid, estacionaba más cerca del arco y esperaba el momento con la paciencia felina que le dio la experiencia, y en un par de bicicletas mortales descolocaba marcadores y salía gritando los goles con la misma sonrisa de siempre.
Nos dio tantas alegrías que es justo que suframos con él esta nueva lesión importante en la otra rodilla. "Mi corazón me pide volver, pero mi cuerpo está demasiado castigado", dijo después de la intervención, anticipando lo que puede ser su retirada definitiva.
Si es así, permanecerá en el recuerdo colectivo como una máquina del gol y de la alegría, y ahí se quedará para seguir jugando siempre, como todos los que hacen la historia del fútbol mundial. Aunque no estaría mal esperar su retorno, total, hizo tantos milagros con la pelota.
Ángel Cappa para El Comercio (Perú) - 3 de marzo de 2008
Tenía la contundencia de Kempes cuando entraba al área con pelota dominada desparramando rivales con la decisión y la seguridad de un matador, y la magia de Romario cuando sacaba palomas de una galera antes de depositar la pelota en la red.
El día en que debutó en el Real Madrid, entró en el segundo tiempo y en menos de 10 minutos ya había hecho dos goles. En parte por sus méritos y también por errores inadmisibles de los defensores que lo marcaban, atemorizados por su presencia.
Intimidaba al más pintado porque no había manera de pararlo si estaba motivado, y como todos los goleadores, el olor de la red lo motivaba siempre. Posiblemente tenía un defecto, si así puede llamarse, no era el cabezazo su fuerte, pero también hay que decir que en todo caso compartía esa debilidad con casi todo los grandes, que solo usan la cabeza para pensar. De todos modos, nadie puede negar haberlo visto también hacer goles de cabeza.
Antes de la primera lesión seria en una de sus rodillas, arrancaba de atrás, y aparecía en la zona de definición como un ciclón talentoso gambeteando adversarios que ni lo veían pasar. Después, ya en el Madrid, estacionaba más cerca del arco y esperaba el momento con la paciencia felina que le dio la experiencia, y en un par de bicicletas mortales descolocaba marcadores y salía gritando los goles con la misma sonrisa de siempre.
Nos dio tantas alegrías que es justo que suframos con él esta nueva lesión importante en la otra rodilla. "Mi corazón me pide volver, pero mi cuerpo está demasiado castigado", dijo después de la intervención, anticipando lo que puede ser su retirada definitiva.
Si es así, permanecerá en el recuerdo colectivo como una máquina del gol y de la alegría, y ahí se quedará para seguir jugando siempre, como todos los que hacen la historia del fútbol mundial. Aunque no estaría mal esperar su retorno, total, hizo tantos milagros con la pelota.
Ángel Cappa para El Comercio (Perú) - 3 de marzo de 2008
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